Experiencias “Tierra, trágame” (II)
Bueno, pues aquí va otra anécdota de hace tiempo. En concreto de 1983. Iniciaba junto con mis hermanos el curso escolar en Granada. Yo empezaba quinto de EGB y tuve un mal comienzo. Como lo he experimentado varias veces, se perfectamente lo que cuesta comenzar el curso en un cole nuevo donde no conoces a nadie ni tienes coleguillas del año anterior. Es bastante duro, sobre todo si en el primer recreo tienes la mala suerte de entrar en la zona de visión de tres hermanos cuyo perfil encajaba perfectamente en el prototipo de matón de cole. Los susodichos eran muy parecidos entre ellos pero con diferente altura y edad. Parecían los Dalton pero en versión “gruesa” y la verdad bastante pendencieros.
En las primeras semanas uno de mis hermanos y yo tuvimos varios encontronazos con ellos pero sinceramente, por superioridad en número, en kilos, en bravuconería y en conocimiento del terreno, no salíamos bien parados.
Como con el paso de los días la cosa no mejoraba, acabamos confesando el problema a nuestros padres, así que ellos en un alarde de estrategia educativa nos apuntaron a clases extraescolares de judo. Pensaron que al menos con unas nociones de judo podríamos manejar la situación y la verdad es que esa decisión nos animó bastante. De manera que con la moral bastante alta, al finalizar las clases, nos dirigimos al gimnasio del colegio donde se impartían las clases de judo. De nuevo empezábamos algo nuevo, pero esta vez para practicar judo. Cruzamos el pasillo que llevaba al gimnasio, abrimos la puerta y vimos a un grupo de chavales en kimono con un profesor también con kimono, mirándonos con curiosidad, y entre los chavales, sobresalían las figuras familiares de tres hermanos gordos en kimono sonriendo. Efectivamente, antes nos zurraban con premeditación y alevosía y ahora lo harían con el beneplácito del profesor.
Mi hermano y yo nos miramos con resignación, resoplamos y entramos dentro. Ni que decir tiene que los alumnos voluntarios para practicar técnicas de inmovilización con nosotros fueron tres de los dos “Mega-Dalton” (encima tenían uno de reserva). Los tíos eran tremendos, no necesitaban mucha técnica, solo tenían que dejarse caer encima tuyo y ya estabas totalmente inmovilizado. Yo no podía creérmelo, al menos antes podíamos escabullirnos algún día sin tener problemas pero ahora nos tocaba el correctivo de manera fija y programada.
El caso es que el fin de la historia no es del todo malo, ya que sorprendentemente acabamos haciéndonos medio amigos del trío “Mega-Dalton”, así que dejamos de ser objetivos de sus fanfarronadas y por fin pudimos integrarnos en el cole con relativa tranquilidad.
Ni que decir tiene, que nuestras clases de judo acabaron pronto, en cuanto dejamos de ser objetivos daltoniles... Y menos mal, porque para remate del tomate, como nuestros padres no veían lo del judo muy claro (que clarividencia) nos mandaban en chandal en lugar de comprarnos el kimono, con lo cual íbamos dando el cante a base de bien.
Etiquetas: Anécdotas, Relatos, Sobre mi vida, Un toque de humor